Cae la noche en Madrid. En el dormitorio de Carme Chacón son cerca de las doce y la radio vomita las noticias del día. La vicepresidenta primera del Congreso de los Diputados se toma su irrenunciable infusión de hierbas. «No son para dormir, sólo para tranquilizarme», aclara. Hace un repaso de la jornada: «Qué ha pasado, qué debí decir que no dije».
Va por la vida con el tiempo comprimido hasta las últimas consecuencias y madruga por decreto, sobre todo desde que el presidente del Congreso, Manuel Marín, decidiera que los plenos empezaran a las 8 a. m. para que sus señorías tuvieran algo de tiempo para su vida privada.
Mientras se prepara para meterse en la cama, crema de noche y joyas fuera, y a encender la radio para escuchar los titulares de la prensa del día siguiente. El hemiciclo no es precisamente un lecho de rosas. Llueven el sarcasmo y los enfrentamientos. Hay broncas, unas dialécticas y otras menos. Es muy fácil convertirse de la noche a la mañana en un titular. Y casi nunca para bien. Una cuestión que Carme comprueba cada noche cuando escucha la radio. Después, ya puede dormir tranquila. En su mesilla, varios libros: novela, ensayo y poesía. «Lo alterno todo, hasta que uno me engancha y me lo fundo. Cuando viajo y no tengo un libro a mano me leo hasta las etiquetas de los champús.»
Muy cerca, un cuaderno y un boli. «A veces despierto con ideas en la cabeza y las apunto.» Más de una vez ha llamado a esas horas a algún compañero porque en la tranquilidad de su habitación se le ha ocurrido una solución genial para un problema. «Intento no cenar fuera y tener más tiempo para relajarme. A la gente le pareceré aburrida, pero el lujo para mí es tomar algo en casa y llamar a mi hermana para saber de mis tres sobrinos: el mayor, de tres años, y el pequeño, de un mes.» Luego llega el mejor momento del día. «Me meto en la cama y cojo mi libro. Me gusta leer en silencio.»
Por Karelia Vázquez
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